A las orillas del Papaloapan… (ii)

Un encuentro cercano del tercer tipo con el son jarocho en el Sotavento

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(antes de comenzar a leer… ponle play al video de en medio, tal vez necesites audifonos)

Era la mañana del lunes 31 de octubre (el jalogüín) cuando nuestro autobús abandonó las tierras pedregosas de la universidad rumbo a la salida oriente de la megalópolis chilanga para poder agarrar la autopista del sur-este que nos conduciría hacia el Sotavento, nuestro destino. A medida que el sol iba ganándole terreno a las nubes, las casas grises y el cemento iban dando paso a los cerros y a la verdura. 90 km no más era la velocidad crucero de nuestra nave nodriza que avanzaba piloteada por un chof’ experto y audaz que conoce los caminos y puentes federales como la palma de su mano. Además, el camarada chófer cuenta con un agudo sentido de la guapachosidad que permite que disfrutemos de unas cumbias bien alegres y movidonas e incluso que hagamos un análisis semiótico-lingüístico del machismo y racismo en las letras de la bachata. Después de salir de Puebla, ya bien entrados en Veracruz, pasaremos sin detenernos por Yanga, uno de los primeros pueblos libres formados por negros cimarrones en América Latina. Fundado y posteriormente reconocido por la corona a principios del siglo XVII con el nombre de San Lorenzo de los Negros y rebautizado en honor al príncipe Gaspar Yanga, líder de la rebelión que se habría escapado de su amo a principios de la década de 1570.

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El clima veracruzano comienza a sentirse dentro del vehículo y se vuelve cada vez más necesaria una parada para rellenar de alimento la panza y vaciar de líquidos la vejiga. La comunicación con la avanzada que se encuentra ya en Otatitlán se torna un poco complicada pero se logra decidir que la comida se lleve a cabo en Tierra Blanca, ciudad y municipio que a diferencia de Yanga cuenta con una historia muy reciente que comienza a principios del siglo XX con la llegada del ferrocarril y del progreso representativos de la época del porfiriato. Ahora, en nuestros días el tren es llamado la Bestia y transporta básicamente migrantes, sueños y esperanzas que se topan cara a cara con lo más podrido del país y solo muy de vez en cuando con la solidaridad de un pueblo hermano. La ciudad donde paramos a comer cuenta con una población aproximada de 50 mil habitantes y desgraciadamente es un ejemplo más de la descomposición social que se vive en Veracruz; jóvenes desaparecidos y asesinato de periodistas… corrupción y colusión gubernamental.

Pero la comida está rica, a buen precio y el restaurante que terminamos eligiendo parece un acierto, mis prejuicios me harán pensar que los meseros son sicarios por la noche pero quizá es solo que les gusta estar muy musculosos. En fín… Nuestro camino sigue con destino al Papaloapan que como nosotros viene bajando desde la Sierra de Puebla, aunque también tiene una fuente que baja desde la alta Mixteca oaxaqueña. Desde mediados del siglo XX el gobierno mexicano construyó la Presa Temascal o Miguel Alemán para tratar de controlar y aprovechar el cauce del Rio Tonto (afluente del Papaloapan) en Oaxaca, la presa cuenta con una hidroeléctrica puesta en marcha en 1959 que provocó el desalojo y desplazamiento forzado de por lo menos 5 mil indígenas mazatecos. En los años 80’s la construcción de la Presa de Oro en el cauce del Rio Santo Domingo provocó el “resaneamiento involuntario” de 26 mil personas. Muchos desplazados por la construcción de estas presas terminaron hacinados en las periferias urbanas semi-industriales de ciudades donde existe una fuerte necesidad de mano de obra barata, como en Tierra Blanca, mientras que sus comunidades ancestrales se encuentran destruidas bajo las aguas del lago artificial más grande de México.

Según la historiadora Verónica Espinosa Garduño la cuenca del Papaloapan fue ocupada  con asentamientos humanos desde el Preclásico Temprano, es decir alrededor del año 1800 a. C, y a partir de ese momento la región se volvió un eje de confluencia de diversos grupos étnicos que se articulaban en torno a la cultura madre de los olmecas o popolucas que siglos después darían paso  a la expansión tolteca que llevaría a cabo la denominada nahuatlización de la población del bajo Papaloapan imponiendo el pago de tributos y el control férreo de las rutas comerciales a lo largo de la región. A partir de este momento las lógicas comerciales entrelazaron pueblos chinantecos, mazatecos, nahuas, popolucas y mixtecos en torno al río mariposa.

Poco antes de la llegada de los españoles, la zona cayó bajo control mexica y Otatitlán, el lugar al que nos dirigimos, era uno de los 7  señoríos nahuat-popoloca de la cuenca del Papaloapan, su ubicación lo colocaba en el cruce de las rutas comerciales que venían de las tierras mayas y las que venían del Golfo con las que se expandían desde el centro de lo que hoy es México. Servía como punto de aprovisionamiento para los Pochtecas (comerciantes) que se hacían ahí de los tamemes (cargadores) necesarios para transportar sus mercancías al siguiente punto de intercambio.

La etimología de Otatitlán quiere decir “lugar entre otates”, pero en el códice Mendoza el lugar está representado por una especie de vara, denominada otatlopilli, que quiere decir bastón  o báculo. Otatlopilli era una de las principales formas de representar Yacatecuhtli o “el señor de la nariz”, “el que va por delante” o “el que guía”, dios de los mercaderes quienes portaban siempre un “báculo de caña maciza” adornado con plumas y papel amate. Otatitlán querría decir entonces lugar donde se adora a Yacatecuhtli (el dios de los mercaderes).

A las orillas del Papaloapan…

Un encuentro cercano del tercer tipo con el son jarocho en el Sotavento

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A veces hay experiencias en la vida que son tan mágicas, tan emocionantes y sobretodo tan conmovedoras que uno siente la obligación de contarle a las demás personas lo que vieron sus ojos, y luego además, cuando vienes acompañado de una lente de más o menos suficiente calidad como para sacar un chingo de fotos, pues ya no te queda de otra más que publicar la historia que en un primer principio quizás solo estaba pensada para uno, dos o tal vez mil seres entrañables en el alma de uno, que después al paso de las ideas revoloteantes se volvían tres o cuatro grupos de amigxs imaginarixs que forzosamente debían escuchar sobre esto que escucharon mis oidos y miraron mis ojos. Y luego pues ya dejas de seguirte haciendo güey y dices, chingue-su-madre (con el perdón de la mía, perdón jefa) y ya te pones a escribir….

Ésta es la historia de un encuentro entre dos mundos, por un lado un grupo de jóvenes universitarios acostumbrados al smog y provenientes de la vida citadina de la defectuosa urbe denominada actualmente CDMX con sus alrededores y del otro lado algunos miembros de dos comunidades en el sur de Veracruz; Otatitlán y Sinapan, la primera un municipio de más de 5 mil personas donde podríamos conocer el trabajo del Jardin Kojima y el grupo Yacatecuhtli  y la segunda una localidad que apenas alcanza los mil habitantes y forma parte del municipio de Santiago Tuxtla donde tendríamos el honor de conocer la vida y el trabajo de don Félix Baxin, escribano y sonero de tradición serrana. Ambas visitas en el contexto de una práctica de campo denominada “Expresiones artístico-culturales de la afrodescendencia” de la asignatura  de Afroamérica I del Colegio de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Filosofía y Letras a cargo del doctor Jesús María Serna Moreno mejor conocido como Chucho.

Claro, contándola así la historia se vuelve menos íntima, menos particular e individualizada que como sería cuando lo puede contar uno desde su ronco pecho, y así quizá ciertas anécdotas quedarán sin ser contadas, nombres y precisiones geográficas desenfocadas por la ausencia de palabras al respecto asumida claramente a propósito para proteger las voces que confiaron en oídos atentos y corazones abiertos, ya que también ésta es la historia de un paseo prohibido, de un viaje imposible que tal vez después ya no se pueda hacer debido a que Veracruz ya no es mundialmente conocido por su ritmo y cadencia genial sino por la impunidad y la violencia que imperan en su geografía, por el descaro de un gobernador ausente que quién sabe dónde chingados esté y sobre todo que quién-sabe-cuánto-se-habrá-robado. Un gobernador asesino, corrupto y ladrón que representa muy bien todo lo que está mal en este tropical estado ensangrentado por la guerra.

Tristemente aqui en Veracruz la del PRI continúa siendo la imagen más recurrente en el jarocho paisaje de éste estado costeño, el logotipo del partido que aquí todavía y ya solo por unos pocos días más es partido-estado suele encontrarse en gorras, playeras, bolsas, muros, espectaculares, ceniceros y demás mercancías. Pero el PRI, por más que lo haya intentado mucho en los últimos tiempos, no podrá nunca poner su logotipo en el son jarocho ya que el PRI no suena ni sonará nunca a Son Jarocho, porque como dijo alguna vez el finado Subcomandante Marcos cuando contaba una historia del Viejo Antonio sobre los sueños buenos y los sueños malos… hablando con el viejo sabio de la Selva Lacandona, éste le decía al todavía-no-encapuchado-Marcos que el son jarocho es como el sueño de ser mejores, el de la libertad y la justicia por ejemplo. Esas dos cosas que el PRI nunca podrá representar. (ni cualquier otro partido pa’l caso)

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En fin, rápidamente y para los que no lo sepan, Veracruz de Ignacio de la Llave es el nombre completo del antepenúltimo estado de la República Mexicana en orden alfabético. Yucatán y Zacatecas son el penúltimo y último respectivamente. El sexto lugar en pobreza, ya que el primero es Chiapas y el segundo Oaxaca con los cuales colinda Veracruz además también de Tabasco al sur, Puebla, San Luis Potosí e Hidalgo al poniente y el mero Tamaulipas al norte. Tiene más o menos 7.6 millones de habitantes y una economía bastante diversificada entre la ganadería, el narcotráfico, el turismo y la agricultura. Siendo también el nombre del puerto de mayor importancia del país, es decir, el de la verdadera cruz que cuenta cabal desde el principio la historia de la colonización y la conquista de la región mesoamericana. Ahora bien, Sotavento es una palabra que viene de la mar y del catalán que hablaban los marinos provenientes de Cataluña, quiere decir debajo del viento y es también el nombre de la región de Veracruz en la que sucede la historia que estamos comenzando a contar.

Cuenca del río Papaloapan

Ahora pues Papaloapan quiere decir en náhuatl «lugar de las mariposas» o «río de las mariposas». El Papaloapan es un enorme sistema de flujos acuáticos que con todas sus fuentes alcanza más de 900 kilómetros de longitud desembocando en el golfo de México después de atravesar las ciudades de San Juan Bautista Tuxtepec, Otatitlán, Tlacojalpan, Cosamaloapan, Tlacotalpan y Alvarado. Pasa por los estados de Puebla y Oaxaca en donde da forma a una de las ocho regiones (Región Cuenca del Papaloapan) que le dan su identidad al estado sureño. Da forma a una extensa cuenca hídrica en cuyas orillas habitan más de 3.4 millones de personas. Las tierras fértiles y el clima cálido-húmedo propician las condiciones perfectas para la agricultura, la ganadería y la pesca, así como posteriormente con la llegada de los europeos el desarrollo de la industria azucarera, razón por la cual, después de la consolidación de la conquista y el sometimiento de las poblaciones originarias de la región, los colonos españoles trajeron mano de obra esclava proveniente de África para trabajar los campos de caña principalmente, pero también de otro tipo de productos como el tabaco o el plátano.

Es por esto que en esta región se consolidó, como en varias otras regiones de América, un fuerte cimarronaje (término usado por los españoles para decir de una persona o animal huido al monte) que dio paso a un fuerte y continuo mestizaje con las poblaciones indígenas locales que con el tiempo serían denominadas por los especialistas como mulatas, aunque quizá el término más claro en la cromatología racista occidental sería más bien el de pardo, el de zambo o el de lobo (producto de negro e india) ya que mulato hace más bien referencia a blanco y negra o negra y blanco. En todo caso en esta región en particular de México al fruto de la mezcla entre negro e india se le conoció como jarocho.

Esta afroindianidad mestiza tiene en el son jarocho una de sus manifestaciones más creativas y productivas ya que a través de sus ritmos musicales otros ha llegado a cautivar auditorios en todas partes del mundo, atrayendo la atención de todo tipo de músicos y músicas. Muy probablemente mucho tenga que ver en esto la genética rebelde del son que tiene tatuada en su ADN la historia de la lucha de todxs esxs negrxs y todxs esxs indixs por existir y poder ser y estar más allá de la dominación colonial, de la esclavitud y la servidumbre, del trabajo forzado y la humillación de la pobreza y la miseria. Las versadas y las zapateadas son, como la ejecución de los músicos, expresiones de libertad y rebeldía que no pierden actualidad. El son es pues un símbolo de identidad, una expresión de la compleja lucha dentro de ese proceso de búsqueda de identidad e identificación entre lo tradicional y lo nuevo que da como resultado la cultura….

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-Continuará

Manténgase al pendiente de la próxima e inminente sálida de la segunda parte de esta crónica informal en la que encontrarán todas las fotos que me va a pasar el Vicktor de las que sacamos el Emmanuel y yo.

Mientras tanto relájense y dénse un quemón de este par de excelentes videos sobre el genial trabajo del Jardín Kojima en Otatitlán.